jueves, 8 de octubre de 2009

Odio el Cine

Odio el cine porque no es capaz de soportar la insoportable levedad del ser. No se por qué si no puedes debatir sobre Tarkosvsky o los Cohen no eres digno de abrevar de las aguas del cinematógrafo. Para mi hermano una buena película es aquella donde hay chichis, madrazos y balazos (en ese estricto orden) los actores, directores y subtramas son para los ociosos. Una de las peores experiencias de la vida es cuando a mitad de la función, sentados justo detrás de ti, dos seudo miembros de la academia debaten las implicaciones filosóficas de Shrek. Al cine se va a ver cine y los mirones son de palo

Odio el cine porque siempre tiene que decir algo. Parece que es de gente bien nacida el buscarle tres pies al gato cinematográfico, la exageración de este prurito interpretativo son los críticos de cine, gente que no ha hecho cine en su vida, pero que habla de las películas como si ellos hubieran nacido en un foro. Deshojan uno a uno los elementos de la película, pero como quien lame el plato después de comer, lo bueno ya se acabo. Recuerdo haber leído la historia del crítico que hizo un análisis semiótico sobre la presencia de un perro en una película. Cuando al director le preguntaron su opinión, él explicó que el perro se había metido a la toma y como le pareció simpático y decidió dejarlo allí. A veces un cigarro es solo un cigarro.

Odio el cine porque todo es efectos especiales. He visto demasiadas películas hechas para presumir. Escenas y escenas de animación por computador, un sonido onomatopéyico, pero una historia que podría haberla escrito un niño de primaria. Esas películas son como los bautizos popofones, donde hay mucha comida, mucha bebida, desfile de modas y del bebe ni quien se acuerde. Un chiste requiere ser bien contado pero al fin y al cabo lo que importa es que el chiste sea gracioso.

Odio el cine porque no me gustan los cines. Por una inexplicable razón las salas de cine huelen a patas. Cosa extraña, pues lo que come la gente son palomitas y no queso francés. No creo que el olor se deba a que los espectadores se quiten los zapatos, yo lo hice una vez y perdí un calcetín que se quedó pegado a la megambrea del suelo.

Odio el cine porque en las salas de cine no hay término medio. Como en las películas mismas, los extremos son los preferidos. Cuando prenden el aire acondicionado pareciera que quieren remediar el calentamiento global en una noche y mientras en la pantalla Matt Deamon suda como un cerdo, en la butaca uno necesita un anorak esquimal. Por el contrario, si no encienden la refrigeración, uno tendrá que pasar los 90 minutos cocinándose las carnes en su jugo. El volumen parece sufrir del mismo mal. El dial de las salas de cine tiene dos posiciones: los cañones de Navarone o Susurros en la Obscuridad. Si lo piensas no es tan malo, la semana pasada vi Harry Potter mientras oía, en glorioso THX, los Transformers que se proyectaba en la sala de al lado.

El cine se ve mejor en el cine, dicen los que saben, siempre y cuando sea estreno agregaría yo. No me cabe en la cabeza como en pleno siglo XXI, las copias utilizadas en los cines mexicanos tienen más rayas y pelos que mi mujer.

Odio los cines porque dejan entrar niños. Tratar de ver una película en fin de semana es como asistir a una sesión del congreso: mientras enfrente alguien se esfuerza por decir algo, en las butacas todos platican puras tonterías. Es en esos momentos cuando yo pongo al santo de cabeza, a San Herodes de Judea. Yo se que la mente de las pequeñas bestezuelas esta en pleno desarrollo y requiere de grandes cantidades de información, pero por favor créame que explicarle cada ocho segundos lo que esta viendo en la pantalla no lo convertirá en un Einstein.

El cine es un arte indiscutiblemente, y su apreciación depende del espectador y el marco en que se exhibe, sin embargo entre este arte y mi arte yo… prefiero la televisión.

Quieres ir al cine?


Voy a hacerle una oferta que no podrá rechazar: Ir al cine, ¿Por qué nos gusta el cine? Personalmente pienso que tiene que ver con la sorpresa. Como en un gran truco de magia, el cine toma algo totalmente mundano y hace con él algo extraordinario. Ya sea la historia de un barco que se hunde un mar de melcocha romántica, heroicos robots que salvan un auto del aburrimiento con el juego de transformación o explotados huérfanos que escapan volando en una escoba. Cada historia tiene un giro inesperado. Como decía mi madre, el cine es como una caja de chocolates, nunca sabes que te va a tocar y esto produce una terrible adicción.

Adoro el cine porque es una gran mentira, una inofensiva mentira blanca. Vemos las películas porqué deseamos ser engañados. “Si lo construyes ellos vendrán” dijo la voz y vaya que tenia razón, cada mundo construido en una película, rápidamente es habitado por hambrientos espectadores deseosos de creer y aunque sepamos con toda certeza que aquello que vemos en pantalla es tan posible como un romance con Angelina Jolie, es tan agradable dejar la razón sentada en el Mezzanine y por 90 obscuros minutos ejercer la credulidad.

El cine tiene mucho de religioso, es un rito lleno de formas y ceremonias: En primer lugar esta la cola para los boletos, hacemos línea con devoción como los fieles a la hora de la comunión. Acto seguido pasamos a la fuente de sodas, se vale no tener hambre pero el cine no es cine si no se acompaña con un cauteloso masticar. El que comer es donde el rito se divide en sectas: Para los Palomeros no hay cine sin una obscenamente abundante ración de palomitas, nunca solas, mantequilla o salsa son mandatarias. Los Nacionalistas apoyan el país consumiendo hartos nachos, eso si, con su ración extra de queso americano. De aquí se desgrana una variopinta selección que va desde las pasas con chocolate hasta el hot dog. Elegir la butaca donde nos hemos de sentar es a veces más complicado que elegir esposa. Yo me siento en varios lugares para comparar el ángulo visual, la cercanía y por supuesto la comodidad de la butaca.

Mi vida no sería la misma sin la medicina del cine. Como los remedios de una botica, en la cartelera las películas se alinean para remediar los males del alma o la inteligencia. Su uno anda con la madre a rastras, una buena comedia nos renovara el júbilo. Si lo que necesitamos es romperla madre a alguien, el remedio sin lugar a dudas será una función de acción que de rienda suelta a nuestro asesino interno. El remedio es mejor que un tequila para la gripa, hace años yo mismo me cure un mal de amores, recetándome 4 veces al hilo la película “Tienes un e mail”

El cine ha marcado mi vida. Sentado en una butaca he visto cosas que ustedes nunca creerían. Naves de ataque sobre el hombro de Orión, rayos C brillando en la obscuridad cerca de la puerta de Tanhauser, todos esos momentos se perderán al encenderse la luz… como lágrimas en la lluvia.
A final de cuentas, estimado lector, esta es mi humilde opinión, con la que tal vez no este usted de acuerdo, pero como dijo Rhett Butler en lo que el viento se llevó : “francamente, cariño, me importa un comino”
Hasta la vista, baby